Un estudio encargado por The Enough Movement, iniciativa que tiene como propósito crear conciencia entre los consumidores sobre los desafíos de la seguridad alimentaria, concluye que
existe una gran confusión en todo el mundo sobre la información de las etiquetas alimentarias y los diferentes sellos que acompañan a los productos.
Una buena parte de los consumidores no conocen exactamente el significado de ‘libre de antibióticos’, ‘sin hormonas añadidas’, ‘producto ecológico’, etc.
El informe se titula “La verdad sobre la alimentación” y se ha elaborado a partir de los datos obtenidos por 3.337 consumidores pertenecientes a 11 países diferentes: Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y Turquía.
Los datos son bastante significativos; por ejemplo, al hablar de productos ecológicos, un 82% de los consumidores cree que el sello que los identifica indica que están libres de productos químicos o pesticidas, un 75% considera que es una certificación de seguridad alimentaria, un 68% considera que significa que es más respetuoso con el medio ambiente, y un 67% cree que se trata de un producto más nutritivo.
Los consumidores desconocen que entre los requisitos para obtener la certificación ecológica está permitido el uso de aerosoles químicos y productos derivados de fuentes naturales, como por ejemplo el boro o el sulfato de cobre, producto que protege las hojas de las plantas de los hongos, que se utiliza como fertilizante o como producto para compensar la falta de cobre en los animales de granja. Por tanto,
la percepción de que un producto ecológico está libre de productos químicos o pesticidas es un error.
Una buena parte de los consumidores que compran productos ecológicos lo hace porque creen que son más nutritivos.
Según un meta-análisis realizado por la Universidad de Stanford (Estados Unidos) de 237 estudios realizados sobre el tema, no existen diferencias saludables ni nutricionales entre los alimentos convencionales o ecológicos.
Hay que decir que, en este caso, existen estudios que indican lo contrario; un ejemplo es este estudio que desarrolló Carlo Leifert, Profesor de Desarrollo de Investigación de Agricultura Ecológica de la Universidad de Newcastle, en el que
se concluía que existían diferencias notables entre alimentos tradicionales y ecológicos, por ejemplo, estos últimos tenían entre un 19% y un 69% más de antioxidantes.
Pero lo que quizá no se puede discutir es que
las cualidades organolépticas de ciertos productos ecológicos son mayores y se reduce el contenido en productos fitosanitarios que se integran en los alimentos y pasan al ser humano a través de la alimentación.
Como ejemplo se puede citar este estudio reciente desarrollado por Greenpeace Japón, en el que se demostraba que
consumiendo sólo alimentos ecológicos, en tan sólo 10 días se reducía el nivel de las diferentes sustancias químicas (de los pesticidas que se incorporan a los alimentos de producción convencional) en el organismo, como piretroides, carbamatos, neonicotinoides, glifosato, herbicidas etc.
Con el mensaje ‘sin hormonas añadidas’, más de la mitad de los consumidores (61%) creen que tienen en sus manos un producto que no contiene ningún tipo de hormona. De nuevo hay que leer bien e interpretar correctamente,
que no se añadan hormonas no quiere decir que no las contenga, ya que todos los animales sean ecológicos o no, producen hormonas de forma natural.
También existe una idea generalizada de que las hormonas se utilizan en la producción de cerdos y aves de corral, y esto no es cierto, ya que estas sustancias no funcionan con este tipo de animales.
Según el estudio del que habla The Enough Movement, en la carne de vacuno y en los productos lácteos los niveles hormonales de los animales suplementados con hormonas son casi idénticos a los que no las reciben, por otro lado, productos como
la col y la soja contienen niveles hormonales mucho más elevados que la carne, la leche o los huevos.
Sobre el mensaje ‘no contiene antibióticos’, el hecho de que no los contenga no quiere decir que no se hayan utilizado. Independientemente de si un animal estaba enfermo y fue tratado con antibióticos, o nunca fue tratado con estos fármacos, por lo general,
los alimentos que se adquieren en el supermercado están libres de residuos de antibióticos perjudiciales.
Sobre el tema medioambiental, el informe explica que aunque los métodos orgánicos utilizan menos fertilizantes, herbicidas y energía, los métodos modernos de cultivo erosionan mucho menos el suelo.
Las prácticas agrícolas modernas son, en la mayoría de ocasiones, más sostenibles por utilizar menos cantidad de tierra y agua, véanse como ejemplo los cultivos hidropónicos.
También se ha preguntado a los encuestados sobre el tema del desperdicio de alimentos, el 91% consideran que un modo de eliminar el hambre a nivel mundial es eliminar los residuos alimentarios. Sin embargo, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), hasta un 40% de la producción alimentaria se pierde cada año, por lo que uno de los retos importantes es minimizar esa pérdida. A esto hay que sumar que existe la idea de que el desperdicio alimentario se asocia a los productos que caducan, y en realidad se produce en toda la cadena de producción.
Los resultados del estudio ponen de manifiesto lo importante que es que el consumidor entienda lo que hay detrás de los alimentos que adquiere.
En definitiva, según el informe, la información y las etiquetas pueden resultar confusas por la falta de información de los consumidores y porque interpretan y deducen de forma errónea.
En este estudio aparece información con la que seguramente algunos lectores no estén de acuerdo. Por ejemplo, se dice que la mayoría de los consumidores creen que las explotaciones alimentarias están dirigidas por las corporaciones (en el caso de Estados Unidos), sin embargo, se destaca que el 97% de las granjas son propiedad de una familia y el 88% son pequeñas granjas familiares, destacando que en todo el mundo el porcentaje de explotaciones familiares alcanza el 90%. Pero lo cierto es que
la mayoría de estas explotaciones están sujetas a las grandes corporaciones, siendo las que se encargan de procesar, distribuir y comercializar los productos, además dictan normas, precios, etc. Luego, ¿de quién son las explotaciones?
En fin, es un estudio que invita a la reflexión, y una cosa parece evidente:
en muchas ocasiones los consumidores no interpretan correctamente los mensajes presentes en las etiquetas de los productos alimentarios por falta de conocimiento, por convicciones personales o por otras cuestiones.
A través de este enlace podréis conocer todos los detalles del estudio.
FUENTE: Gastronomia&Cia. 1 de abril de 2017.