En este número del Journal of the American College of Cardiology, Agneta Åkesson y colegas1 investigaron cómo 5 factores básicos de estilo de vida se relacionan con el riesgo de un primer infarto de miocardio (IM) en una gran cohorte de base comunitaria de hombres suecos generalmente sanos. En modelos multivariables,
una dieta saludable, consumo moderado de alcohol, no fumar y perímetro de cintura se asociaron cada uno independientemente con un menor riesgo de IM.
En suma, junto con la actividad física regular,
la combinación de los 5 factores de estilo de vida más saludables se asoció con un riesgo 79% menor, y casi 4 de 5 IM en esta población se atribuyeron a la ausencia de estos sencillos estilos de vida más saludables.
Tal como resumen Åkesson y colegas1, encontraron en varios análisis previos que las combinaciones de comportamientos más saludables del estilo de vida se asocian con un riesgo sustancialmente más bajo de acontecimientos cardiometabólicos, incluyendo estudios en Norteamérica, Europa, y Asia. La presente investigación se suma a estos informes previos mediante la evaluación de una gran población de estudio contemporánea inscrita en la comunidad general, aumentando la generalización y la relevancia de las directrices modernas.
Otros puntos fuertes incluyen el diseño prospectivo de la cohorte, que minimiza el sesgo de selección y recuerdo; las evaluaciones válidas del estilo de vida y el IM, que reducen el error de medición y la clasificación errónea; el gran número de eventos, lo que proporciona un poder estadístico razonable; y el ajuste apropiado para otros factores de riesgo, lo que reduce la confusión. Además, los participantes con hipertensión existente y colesterol alto se evaluaron por separado, lo que demuestra la coherencia con los resultados generales entre los hombres en general saludables.
Los autores reconocen correctamente que la influencia de múltiples hábitos de vida combinados en el IM sería casi imposible de ensayar de forma rigurosa en un ensayo controlado y aleatorizado.
Para la prevención primaria, un juicio a largo plazo requeriría decenas de miles de temas, costaría cientos de millones de dólares y sería éticamente muy cuestionable. Además, el doble ciego no sería viable, y el tamaño y el incumplimiento serían sustanciales. Por lo tanto, incluso si los desafíos financieros y éticos fueron superados, tal ensayo probablemente no proporcionaría resultados significativos y válidos.
Contrariamente a la noción ampliamente citada de que los ensayos controlados aleatorios representan el estándar de oro para la toma de decisiones y el establecimiento de prioridades, preguntas científicas cruciales como la evaluada por Åkesson y colegas1 dejan claro que
la verdadera medicina basada en la evidencia debe incorporar TODA la evidencia científica, basada en el reconocimiento informado de las diversas fortalezas y limitaciones de los diferentes diseños de investigación2.
UNA DIETA SALUDABLE NO ES EXTREMA NI EXCEPCIONAL, SINO RAZONABLE Y CON ALIMENTOS ASEQUIBLES
Se observó un riesgo de IM significativamente menor con la adhesión a comportamientos de estilo de vida muy básicos. Por ejemplo,
comer una dieta más rica en alimentos mínimamente procesados y alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, nueces, productos lácteos bajos en grasa, granos enteros y pescado se asoció con un riesgo casi 20% menor.
Estas dietas saludables no eran ni extremas ni excepcionales, sino razonables y consistentes con las directrices dietéticas (por ejemplo, 5 porciones diarias de frutas y verduras, 4 porciones diarias de granos enteros y 2 porciones semanales de pescado).
Cabe destacar que los beneficios observados se relacionaron con una mayor ingesta de alimentos más saludables y no con una menor ingesta de alimentos poco saludables
(es decir, los beneficios se consideraron independientes de las diferencias en la ingesta de carnes rojas y procesadas, patatas fritas, grasas sólidas, pan blanco, cereales refinados, y dulces).
Estos hallazgos son consistentes con el ensayo clínico PREDIMED (Prevención Dieta Mediterránea), en el que
el aumento de los alimentos saludables como las nueces y el aceite de oliva virgen extra redujeron los eventos cardiovasculares en un 23%3.
Estos resultados también son consistentes con los análisis globales previos que sugieren que
la insuficiencia de alimentos saludables produce cargas más grandes de enfermedades crónicas que los excesos de alimentos y nutrientes no saludables4.
La falta de adherencia a una dieta modestamente más saludable y la ausencia de consumo moderado de alcohol (1 bebida/día) representaron conjuntamente 1 de cada 4 de todos los IM en esta población.
Casi la mitad de todos los IM se atribuyeron a la ausencia combinada de solo 3 comportamientos de estilo de vida: una dieta moderadamente saludable, consumo moderado de alcohol y no fumar.
La adición de la actividad física aumentó la proporción atribuible a casi dos tercios de los IM; y la de la obesidad abdominal a 4 de 5 IM.
LA IMPORTANCIA PRIMORDIAL DE UNOS HÁBITOS DE VIDA SALUDABLES
Estos hallazgos destacan la primacía de un estilo de vida saludable. Tanto para pacientes individuales como para poblaciones,
los objetivos de estilo de vida no deben ser formulados únicamente para controlar el peso o la presión arterial, el colesterol y los niveles de glucosa.
Aunque el estilo de vida tiene grandes beneficios en estos factores fisiológicos,
una dieta más sana, una mayor actividad y no fumar influyen en otras numerosas vías de riesgo y producen beneficios adicionales sustanciales para la salud cardiovascular y no cardiovascular.
Por ejemplo, en la presente investigación entre más de 20.000 hombres suecos,
la combinación de una dieta más sana, el consumo moderado de alcohol, no fumar y ejercicio regular se asoció con un 64% menos de riesgo de IM, incluso excluyendo a todos los sujetos con hipertensión existente, colesterol alto o diabetes.
A la luz de la amplitud de las evidencias mecánicas, fisiológicas, observacionales y de ensayos clínicos anteriores sobre el impacto del estilo de vida, es hora de priorizar estos comportamientos más básicos y fundamentales para reducir la carga sanitaria y económica de las enfermedades cardiometabólicas5,6.
La Asociación Americana del Corazón ha destacado explícitamente que la dieta, la actividad física y el tabaquismo son cruciales para su agenda de promoción de la salud cardiovascular, independientemente de los niveles de presión arterial, colesterol, glucosa u obesidad.
Este cambio de enfoque de la prevención de la enfermedad a la promoción de la salud representa una «revolución silenciosa»8, una salida relativamente radical de ver el estilo de vida simplemente como un medio para un fin, en lugar de reconocer la importancia del estilo de vida como objetivo primario para la salud.
Es hora de que los educadores médicos, los médicos, los administradores sanitarios y los compañías aseguradoras sigan el ejemplo diseñando y aplicando una agenda comprensiva y ambiciosa para incorporar medidas y objetivos para la calidad dietética, la actividad física, el tabaquismo y la obesidad abdominal en cada aspecto del Sistema sanitario9.
LO QUE LOS PACIENTES DEBERÍAN PREGUNTAR A SUS MÉDICOS
Los pacientes deben acudir al consultorio de su médico y no limitarse a preguntar: «¿Cómo están mis niveles de presión arterial, colesterol y glucosa?», sino también a preguntar:
¿Cómo son mis hábitos alimenticios, nivel de actividad física, tabaquismo y perímetro de cintura?».
Y los funcionarios del gobierno federal, estatal y local deben actuar como responsables de proteger la salud pública y la viabilidad económica del país mediante la aplicación de políticas basadas en la evidencia para cambiar nuestras escuelas, sitios de trabajo, restaurantes y vecindarios.
Sobre la base de la evidencia disponible10, las mejores opciones incluyen impuestos y subsidios para alterar los precios de alimentos menos saludables versus más saludables; programas multicéntricos de salud escolar y de sitio de trabajo centrados en la dieta, la actividad física y el tabaco; programas nacionales coordinados para limitar el contenido de grasas trans en los alimentos y de refrescos; mejorar el diseño del vecindario para integrar los espacios residenciales, escolares, de trabajo, al por menor y públicos, aumentar la accesibilidad de los espacios recreativos y las instalaciones, fomentar el desplazamiento activo y mejorar la seguridad del tránsito, la estética y la facilidad para caminar; incluir el apoyo a campañas de educación y en medios de comunicación, etiquetas de advertencia gráfica, impuestos más altos, restricciones publicitarias, consejos y apoyo para dejar de fumar en la comunidad y restricciones al tabaquismo en lugares públicos, lugares de trabajo y residencias.
Y aparte del sistema de salud, podemos lograr la promesa demostrada por Åkesson y colegas, así como por una gran cantidad de evidencia adicional, de que
la gran mayoría de eventos cardiovasculares son evitables o pueden retrasarse hasta tarde en la vida por medio de un estilo de vida más saludable .
AUTOR: Darius Mozzafarian, 2014. FUENTE: Journal of the American College of Cardiology. REFERENCIAS: 1. Åkesson A., Larsson S.C., Discacciati A., Wolk A. (2014) Low-risk diet and lifestyle habits in the primary prevention of myocardial infarction in men: a population-based prospective cohort study. J Am Coll Cardiol 64:1299–1306.FREE Full TextGoogle Scholar 2. Antman E.M., Jessup M. (2014) Clinical practice guidelines for chronic cardiovascular disorders: a roadmap for the future. JAMA 311:1195–1196.CrossRefPubMedGoogle Scholar 3. Estruch R., Ros E., Salas-Salvado J., et al. (2013) Primary prevention of cardiovascular disease with a Mediterranean diet. N Engl J Med 368:1279–1290.CrossRefPubMedGoogle Scholar 4. Lim S.S., Vos T., Flaxman A.D., et al. (2013) A comparative risk assessment of burden of disease and injury attributable to 67 risk factors and risk factor clusters in 21 regions, 1990-2010: a systematic analysis for the Global Burden of Disease Study 2010. Lancet 380:2224–2260.Google Scholar 5. Mozaffarian D., Wilson P.W., Kannel W.B. (2008) Beyond established and novel risk factors: lifestyle risk factors for cardiovascular disease. Circulation 117:3031–3038.FREE Full TextGoogle Scholar 6. Mozaffarian D. (2011) Achieving cardiovascular health a bleak outlook or tremendous potential? J Am Coll Cardiol 57:1697–1699.FREE Full TextGoogle Scholar 7. Lloyd-Jones D.M., Hong Y., Labarthe D., et al. (2010) Defining and setting national goals for cardiovascular health promotion and disease reduction: the American Heart Association’s Strategic Impact Goal through 2020 and beyond. Circulation 121:586–613.Abstract/FREE Full TextGoogle Scholar 8. Labarthe D.R. (2012) From cardiovascular disease to cardiovascular health: a quiet revolution? Circ Cardiovasc Qual Outcomes 5:e86–92.FREE Full TextGoogle Scholar 9. Spring B., Ockene J.K., Gidding S.S., et al. (2013) Better population health through behavior change in adults: a call to action. Circulation 128:2169–2176.FREE Full TextGoogle Scholar 10. Mozaffarian D., Afshin A., Benowitz N.L., et al. (2012) Population approaches to improve diet, physical activity, and smoking habits: a scientific statement from the American Heart Association. Circulation 126:1514–1563.Abstract/FREE Full TextGoogle Scholar