En una de las revistas médicas más prestigiosas del planeta, científicos brasileños, basados en informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y el Ministerio de Salud de Brasil, apoyaron la relación causal entre la infección prenatal con el virus Zika y la frecuencia de microcefalia en el nordeste de Brasil, según indica la revista The Lancet .
En Brasil, antes de 2015, los casos de microcefalia no llegaban a 200 por año. Sin embargo, en el segundo semestre de 2015 se denunciaron 4.783 neonatos sospechosos de esta anomalía congénita. Sólo en Pernambuco, los casos denunciados pasaron de 29, en octubre de 2015, a 1.306 en enero de 2016. De los sospechosos, 1.103 fueron clínicamente estudiados, 404 (36,6 por ciento) fueron confirmados y 387 tenían anomalías cerebrales, mientras que el virus Zika solo se demostró en 17 niños.
Los autores del artículo concluyeron que el número de microcéfalos brasileños estaba sobreestimado, aceptaron el aumento de su tasa anual, se apresuraron a asociarla al virus Zika y declararon estar frente a una “epidemia de microcefalia”. En su opinión, las anomalías cerebrales encontradas son “compatibles con infección congénita”, lo que nos obliga a corregirles, ya que esas malformaciones son compatibles con casi cualquier agente nocivo (por ejemplo, un pesticida) que actúe sobre un cerebro embrionario.
En ninguna parte del artículo se aludió a otra posible causa de microcefalia que no fuera el virus Zika. Esta visión sesgada podría ser esperable, pues algunos autores son biólogos moleculares, pero los otros se especializan en Epidemiología y Medicina Preventiva, y esto sí es más grave.
Sucesos similares en la región y un tratamiento del fenómeno desde ángulos menos ortodoxos impulsan a mirar por otras ventanas sospechosamente cerradas en la gran prensa nacional y mundial.
Sanidad ambiental y otros asuntos
Una de esas ventanas, la Asociación Brasileña de Salud Colectiva (Abrasco), informó que en el norte de Brasil, región pobre con malas condiciones inmunológicas y urbanización precaria, donde se alertó sobre microcefalias en octubre de 2015, se aplican productos químicos contra Aedes aegypti desde hace más de 40 años sin resultados.
En la extrema degradación de la salubridad en dicha región, se destacan el inadecuado saneamiento ambiental, la precaria recolección de residuos y la falta de acceso al agua potable. Es razonable concluir, entonces, que el pesticida rociado terminó depositado en los recipientes abiertos (forma inadecuada pero mayoritaria de depósito de agua en la región) durante más de 40 años. Hoy también se pulverizan pesticidas dentro de los camiones tanque de distribución de agua.
Brasil consume más pesticidas que cualquier país del mundo. Entre 2000 y 2012 subió el 162 por ciento al comprarse más de 800 mil toneladas de los más potentes sólo en 2012.
Muchos pesticidas usados en la región están excluidos en más de 22 países, y las empresas multinacionales importan, producen y venden en Brasil pesticidas prohibidos en sus países de origen. Desde 2014, el control vectorial se realiza aplicando el método Ultra Low Volume, un sistema de rociado eficiente desarrollado por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.
La historia se inicia en 1968, con el organofosforado Temephos en el agua potable del nordeste brasileño, luego reemplazado por Diflubenzuron y Novaluron, de conocidos efectos tóxicos sobre el ser humano. Desde 2014, se aplica Malathion, un potencial cancerígeno humano y productor de malformaciones (teratogénico).
En la actualidad se pulveriza en el agua potable el pesticida Pyriproxyfen, fabricado por Sumitomo Chemical, una “subsidiaria estratégica” japonesa de Monsanto. Estos agentes producen desregulación hormonal y malformaciones en los insectos que impiden su desarrollo hasta el organismo adulto.
Sin embargo, como ocurre con el glifosato, que produce anomalías en embriones de especies “inferiores”, algunos opinadores con poder de decisión sostienen que los datos experimentales (provenientes de empresas productoras del agrotóxico) no demuestran que el daño pueda ocurrir sobre embriones humanos.
Si las declaraciones de estos “expertos” no fueran tan dramáticas, patéticas e irresponsables, serían apenas fruto de la ignorancia, toda vez que hoy se sabe que, en muchos sistemas biológicos, los mecanismos de regulación genética y epigenética son casi idénticos desde los insectos hasta el hombre (y la mujer).
A la panoplia agrotóxica usada contra los insectos vectores se agrega la biotecnología transgénica. Estos sistemas, de dudosos, imprecisos y poco estudiados resultados, ya se utilizan sin un control estricto y desestimando su potencial peligro para ecosistemas frágiles como el norte de Brasil y otras áreas del planeta.
Como ejemplo reciente, la empresa Oxitec, instalada en 2013 en Campinhas, Brasil, desarrolló un mosquito transgénico, lo patentó y lo comercializó en 2014, y ya fue liberado en el norte de Brasil, lo cual motivó una gran disputa entre grupos de científicos y de ecólogos. Hoy se sabe que ni los Aedes ni el dengue disminuyeron en Brasil desde la liberación de mosquitos transgénicos. Tampoco se hicieron estudios a largo plazo y se desconoce la influencia de estos mosquitos sobre otros insectos del área.
Por ejemplo, si se elimina el Aedes aegypti podría ser reemplazado por el Aedes albopictus (“mosquito tigre”), una de las especies invasoras más dañinas del mundo, de rápida reproducción y mucho más agresivo.
Tampoco las poblaciones humanas que habitan la región fueron consultadas antes de proceder con el “tratamiento”.
Otros actores en este escenario son las vacunas. Sólo como un ejemplo, vale considerar la vacuna DPT (tos ferina-difteria-tétanos). Según la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), esta vacuna es considerada un agente biológico cuya seguridad en mujeres embarazadas no fue demostrada.
No obstante, fue indicada a todas las mujeres brasileñas embarazadas a partir de 2014. Esta vacuna, como muchas otras, debería ser considerada potencialmente peligrosa como causa de malformaciones fetales. Pero al anunciar la relación causal entre zika y microcefalia (sin pruebas científicas que lo fundamenten), ya se anticiparon la obtención del genoma viral y la proximidad de la generación de la vacuna.
¿A quién le conviene la panacea vacunatoria?
Así como en el país hermano
muchas epidemias se asocian a sus insectos vectores, seguidos por la muy lucrativa estrategia pesticidas-resistencia-más pesticidas, las mismas epidemias suelen atribuirse a un virus, no siempre demostrado, pero rápidamente propuesto para desarrollar la panacea vacunatoria. Sin embargo, en la agenda de políticas sanitarias casi nunca figura el más laborioso y poco lucrativo combate a las malas condiciones socioambientales, que es desplazado a un inexpresivo puesto subalterno.
Sin duda, algunos de aquellos razonamientos sanitarios son correctos. Pero,
cuando la respuesta en salubridad sólo se basa en combatir al insecto vector con enormes cantidades de tóxicos, en acciones aplicadas sin éxito durante más de 40 años, o recurriendo a la moderna biotecnología con intervenciones dudosas y no controladas, es legítimo sospechar que la atención de muchos responsables de la salud no está puesta en el interés público ni en la población afectada.
Usualmente, tales responsables y sus agencias socias (¿cómplices?) están vinculados a poderosas empresas multinacionales proveedoras de productos químicos y transgénicos a la agroindustria, un modelo desarrollado en el Hemisferio Norte luego de la Segunda Guerra Mundial e introducido en nuestra región a partir de las décadas de 1950-1960. Tampoco es ocioso recordar que muchas de tales empresas son (o derivan de) las productoras de agentes químicos de destrucción masiva usados en las guerras mundiales, de Corea, Vietnam, Afganistán, Medio Oriente, etcétera.
Epílogo transitorio
En suma, tenemos:
Un aumento de la tasa de microcefalia en regiones pobres con enormes deficiencias sanitarias.
La “epidemia” se asoció al virus Zika, y se requirió su confirmación por radiología y exámenes de laboratorio. De los 4.783 neonatos sospechosos, se demostró el virus Zika sólo en 17 recién nacidos. Desde el establishment no se mencionan otras posibles causas.
Se bombardea la región con productos químicos que se aplicaron sin éxito desde hace 40 años. Las microcefalias aparecieron en Brasil en áreas donde el rociado con Pyriproxyfen en el agua potable aumentó en los últimos 18 meses. Se sabe que otros pesticidas utilizados en Brasil y la región (Atrazina, Metolacloro) producen microcefalia.
Laboratorios multinacionales radicados en Brasil desarrollan y venden mosquitos transgénicos anti Aedes aegypti de dudosos o poco conocidos resultados. Se trabaja febrilmente sobre vacunas antizika para combatir una enfermedad que tradicionalmente fue benigna y, aunque infectó hasta el 75 por ciento de la población regional, nunca causó microcefalia ni problemas sanitarios serios desde la década de 1940.
En el umbral de los próximos Juegos Olímpicos de agosto en Brasil, no sería extraña una cobertura mediática planetaria sobre Zika-microcefalia-mosquitos-pesticidas-vacunas, etcétera, con oportuna salida al mercado de una mágica vacuna (quizá tan milagrosa como aquella de la gripe H1-S1), en un combo con no menos milagrosos mosquitos transgénicos antimosquitos, que “salvarían” a la humanidad de una pandemia mundial. En Brasil, ya se informó que 200 mil soldados se aprestan a detener la “nueva plaga del zika”.
Se ha pedido a las mujeres de El Salvador y de otros países que no se embaracen hasta 2018 y a la población de Latinoamérica y de África que retrasen la procreación, lo que ha hecho pensar en un conveniente sistema de despoblación, o en un innovador control de natalidad para el Tercer Mundo.
Como telón de fondo,
cuando instituciones no gubernamentales y científicos desde el llano insisten en advertir sobre la urgencia de incluir en la discusión los aspectos sanitarios básicos y controlar mejor los pesticidas y los transgénicos, son catalogados como “anticientíficos”, “antiprogreso” y “antimodernidad”.
Como un “valor agregado” a la alarma sobre zika-microcefalia, se inició en Brasil una ola de abortos clandestinos sin confirmación de anomalías, con su correlato de mercantilización y discriminación.
Hace pocos días,
el comité dependiente de la OMS sobre Emergencia Sanitaria Pública de Interés Internacional reconoció la tradicional benignidad de la enfermedad causada por el virus Zika, recomendó buscar la aún no demostrada causa de microcefalia, recordó que la anomalía puede ser producida por otros reconocidos virus, agentes químicos y toxinas ambientales,
y aconsejó encontrar un modelo experimental animal que responda a los “postulados de Koch” como en otras enfermedades infecciosas y, a largo plazo, continuar discutiendo el desarrollo de vacunas.
En opinión de muchos expertos científicos y ambientalistas, se está usando el virus Zika para encubrir el horrendo daño producido por agrotóxicos y pesticidas, en una experimentación humana a gran escala.
Al posicionar mediáticamente el virus como un pequeño terrorista, se abren las puertas a la obediencia ciega a los dictámenes de las industrias farmacológicas-agroquímicas-biotecnológicas transnacionales a través de sus gobiernos títere.
Los expertos también coinciden en que la estrategia orientada por intereses económicos ha cooptado muchos ministerios de salud, agronomía, medio ambiente y ciencia y técnica latinoamericanos (al igual que en los Estados Unidos), OMS, OPS y otros organismos, y su objetivo principal es la invasión de nuevos mercados en países periférico-dependientes.
¿Hace falta recordar –entre otros ejemplos– la compra internacional de la famosa vacuna contra la gripe H1-S1 para combatir “pandemias” que no superaron la proporción histórica de enfermos?
AUTOR: Roberto Rovasio, exinvestigador principal de Conicet. FUENTE: publicado (14/03/2016) en lavoz.com.ar