“Hay médicos que temen y huyen de la contra-prueba; desde el momento que obtienen observaciones que van en el mismo sentido que sus ideas no quieren buscar hechos contradictorios por el temor de ver sus hipótesis desvanecerse.” Claude Bernard, Introducción al estudio de la medicina experimental.
La ciencia actual apoya uno de estos dos marcos o paradigmas. El primero es que el mundo es competitivo, agresivo, peligroso, amenazante y que hay que ponerse en guardia y luchar contra los enemigos (virus, bacterias, hongos) y que hay que protegerse de su ataque, es decir convertirnos en cazadores de microbios, desconfiando de la capacidad autocurativa del organismo humano. En este paradigma es donde tienen sentido las vacunas.
Pero cada vez somos más los especialistas que creemos en una segunda visión, en un mundo en autorregulación (a pesar de los desastres ocasionados por el ser humano), donde la ecología y la colaboración entre especies es fundamental para el ecosistema Tierra. Consideramos a los microbios no como causantes iniciales de enfermedad sino como acompañantes o marcadores de ella, y que lo importante es el terreno, el organismo humano. Un germen (virus, bacteria, hongo) no podrá germinar si las condiciones del huésped no son las adecuadas, y por ello, de nada sirve “cazar a los microbios” si las causas primeras que originaron la enfermedad siguen actuando.
De esta forma
el estado de salud refleja el equilibrio entre el ser humano y su entorno, y la armonía interna de sus funciones, y por el contrario, la enfermedad manifiesta el desequilibrio con el medio, interno y externo.
Durante el siglo XIX y el XX las enfermedades infecciosas en su conjunto habían desaparecido en el noventa y tantos por ciento antes del comienzo de las vacunaciones masivas, y los factores decisivos para ello han sido la mejora en las condiciones de higiene, la llegada del agua potable a las viviendas, la recogida de las aguas residuales, las mejoras laborales consecuencia de las luchas obreras, la mayor seguridad de las personas por el aumento relativo de los derechos humanos, la disminución, relativa, de las guerras, etc.
Inventos modernos que han facilitado nuestra vida como la lavadora, el frigorífico y la calefacción, han apoyado el fortalecimiento de nuestra salud más que muchos médicos juntos.
Al mismo tiempo que disminuyeron o desaparecieron las enfermedades contra las que se usaron vacunas,
disminuyeron o desaparecieron también otras enfermedades infecciosas ante las que no ha habido vacunas o han sido ineficaces: escarlatina, fiebre tifoidea, cólera, enfermedades venéreas (sífilis), debido también, a que las condiciones de alimentación e higiene mejoraron enormemente.
Además, el descenso de las enfermedades infecciosas ocurrió en los países que se utilizaron vacunas, y en los que no. Según Michel Foucault,
históricamente la vacunación masiva aspiraba a disminuir los porcentajes de mortandad de la mano de obra sin que para ello fuera necesario mejorar su nivel de vida. En esos tiempos no preocupaba la salud del ser humano, sino la estabilidad de la población como fuerza de trabajo.
En los Estados Unidos sólo la mitad de los Estados obligan por ley las vacunaciones contra enfermedades infecciosas y el porcentaje de niños vacunados varía de un Estado a otro. Como consecuencia, decenas de miles, quizás millones de niños en áreas donde los servicios médicos son limitados y donde los pediatras son casi inexistentes, nunca fueron vacunados contra enfermedades infecciosas y, por lo tanto, deberían ser vulnerables a éstas. Sin embargo,
la incidencia de enfermedades infecciosas no se correlaciona con respecto si es o no obligatoria por ley la vacunación.
A consecuencia de estos cambios de vida mencionados disminuyeron las epidemias infecciosas, pero
como la enfermedad está en relación a nuestra forma de vida (individual o social), han aparecido otras epidemias modernas, las del consumo y el derroche, el estrés y el paro laboral. Nunca en la humanidad había habido tantas enfermedades alérgicas, asma, enfermedades autoinmunes, cáncer, trastornos cardiocirculatorios… no solamente en los mayores sino también en los niños.
La enfermedad no es una cuestión de mala suerte, está siempre en consonancia con nuestra forma de vida. De todas maneras un ser humano solo es libre para elegir una opción cuando se encuentra informado, y la información actual sobre las vacunas es sesgada y parcial, cuando no utilizada para intereses económicos de unos pocos.
Es necesario informar a los usuarios del riesgo que implican las vacunas para que puedan decidir.
Sería necesario establecer un protocolo de consentimiento informado (de igual manera que se hace en los casos de resonancias, cirugías o transfusiones, etc). La vacunación de alguna manera es una infección, incluso si es atenuada, ella provoca fiebre, eritema local, erupción en lugar de la vacuna, etc. Se le otorga un poder mágico al creer que una vacuna puede evitar las consecuencias de nuestras transgresiones de las leyes naturales.
Las vacunas crean en la mente del médico (no crítico) y en la población en general la falsa ilusión de seguridad.
Las vacunas no son tan seguras ni inocuas como nos lo quieren hacer creer.
Como muchos medicamentos tienen sus efectos no deseables. Y los encargados de Farmacovigilancia han de estar alerta para garantizar el bienestar general de la ciudadanía, sin embargo no es así. Se considera que
solamente entre el 1 y el 10% de los efectos perjudiciales de los medicamentos son declarados, y en el caso de las vacunas todavía es menor.
Las vacunas son consideradas tabú e incluso cuando hay relación directa con el efecto colateral se niega.
Como dice el Dr. Marín,
“sistemáticamente los efectos vacunales sobre la salud de la población han sido silenciados, negados, minimizados o tratados como meras coincidencias, en consecuencia no se investigan”.
Incluso los individuos vacunados pueden acabar enfermos de esa misma enfermedad contra la que se han vacunado. En ese caso si la vacunación es reciente se replica que la reacción inmunitaria no ha tenido tiempo de producirse. También se puede argumentar que la vacuna no era de buena calidad, la cepa no estaba en condiciones, las personas fueron mal vacunadas, la reacción vacunatoria fue insuficiente, o la última aplicación de la vacuna ya era demasiado vieja.
Esta baja declaración de los efectos “colaterales” (utilizando la terminología médica) altera considerablemente las nociones de eficacia y de inocuidad de las vacunas. Se atreven así a decir que los efectos perjudiciales son muy raros y que la balanza beneficios-riesgos se inclina a favor de la vacuna. En Estados Unidos, se creó en 1998 una farmacovigilancia específica para las vacunas con el nombre de VAERS [1] (Vaccine Adverse Event Reporting System).
En nuestro país parece que un sistema parecido “no ha lugar”. ¡Aquí no pasan cosas raras! Somos diferentes.
Las cifras presentadas por las autoridades médicas, generalmente, no reflejan la realidad.
El 75% de las reacciones posvacunales observadas, aparecen en un plazo comprendido entre unas horas después de la inyección y unos 60 días después de la misma; otras reacciones han aparecido más tarde.
Cuando las vacunas se aplican durante los dos primeros años se interviene sobre un sistema inmunitario inmaduro, que de repente se ve invadido por diferentes microorganismos o toxinas varias.
Un estudio dirigido por Neil Z. Miller y Gary S. Goldman, profesionales de medicina con reconocimiento mundial y publicado por la prestigiosa revista médica Human and Experimental Toxicology, sugiere claramente que
el número de vacunas que se administran a los niños tiene un impacto directo sobre la mortalidad infantil.
Las vacunas en los alérgicos puede provocar crisis de asma, dermatitis, urticaria, psoriasis e incluso reumatismo articular agudo.
Según Mendelshon,
“se piensa cada vez más que las vacunas contra las enfermedades infantiles de la infancia pueden ser responsables del aumento intenso de las enfermedades autoinmunes en nuestra población.
Estas son las enfermedades graves como el cáncer, la leucemia, las enfermedades reumáticas, la esclerosis en placas, el lupus eritematoso diseminado, el síndrome de Guillain-Barré.
Sus efectos tóxicos son también debidos a los coadyuvantes, de los que destacan las sales de aluminio y los derivados del mercurio. Además la asociación de Afectados por las Vacunas ha encontrado una mayor cantidad de aluminio que el declarado por la empresa farmacéutica.
La contaminación por aluminio se considera especialmente tóxica para el organismo humano pudiendo producir reacciones de autoinmunidad, la inflamación del cerebro a largo plazo y complicaciones neurológicas asociadas.
Debe preocuparnos también, por la falta de estudios a largo plazo, los efectos perjudiciales crónicos de las vacunas. Otra crítica a realizar a las vacunas es la utilización de vacunas múltiples, de las que igualmente se desconocen los efectos adversos a largo plazo.
La utilización de varias vacunas diferentes en una misma aplicación no se realiza por criterios de salud sino por criterios comerciales.
Por lo general en una infección no aparecen en coalición varios gérmenes “patógenos” invasivos a la vez. Igualmente en los adultos la vacunación múltiple con diferentes agentes de enfermedad se relaciona con alteraciones del sistema inmunológico y neurológico, entre otros.
El Dr. Michel Odent, pionero de la humanización del parto en occidente, recuerda que en el conocido “Síndrome de la Guerra del Golfo” los investigadores comenzaron a estudiar “el rol de las vacunas como factores de riesgo de mala salud en veteranos de la Guerra del Golfo”. Por otra parte, los padres que tienen un hijo que sufre los efectos graves de una vacuna no representan más que un porcentaje mínimo (en el caso de que se recojan los datos y se relacionen con la aplicación de la vacuna) y, para dichos padres, la vacuna ha resultado ser contraproducente en un cien por cien.
Con frecuencia las víctimas y sus familiares se sienten solas y abandonadas por el estamento médico y administrativo del Estado, que en definitiva tendría que hacer frente a estos inconvenientes.
Las vacunas no dan “inmunidad” de por vida, por eso hay que dar dosis recuerdo, pero cada dosis recuerdo puede provocar reacciones más intensas.
El suero de la difteria se considera que tiene una acción inmunitaria con “una vida media” de 19 años, como se evidenció en un estudio publicado en el 2007 en la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine. En España, el Instituto de Salud Carlos III establece que “la mayoría de los vacunados a los diez años de la última dosis tienen títulos de antitoxina [la base de la inmunidad] por debajo de los niveles óptimos”.
Las vacunas han sido presentadas de una manera tan hábil y agresiva que la mayoría de los padres ven en ellas el milagro que ha hecho desaparecer muchas enfermedades, en otro tiempos temidas. Sin embargo,
no existe ninguna prueba científica convincente que permita afirmar que las vacunas han eliminado las enfermedades infantiles.
Su efecto solo se evalúa por el contenido de anticuerpos, no por comparación de tasas de infección en vacunados y no vacunados. Otra de las particularidades de las vacunas es que se aplican a las personas sanas, sin síntomas de enfermedad o analíticas alteradas, y suministrar medicamentos en personas sanas es parte de un sistema que prioriza la economía a la salud.
Es irracional afirmar que los científicos, académicos y profesionales que persiguen más transparencia con los efectos secundarios de las vacunas o son críticos con algunas vacunas, están contra la salud pública.
¿Contra quién atenta este espíritu crítico? ¿Choca acaso con intereses comerciales y con el poder corporativo médico? ¿Nos obligan a tener una fe ciega en el sistema médico-farmacéutico? ¿Debemos permitir que la fe se vuelva una evidencia?
Otro argumento típico que intenta distorsionar la responsabilidad personal es acusar a los padres de los niños no vacunados de poner en riesgo a su entorno. Si el niño está vacunado y sus padres creen que la inmunidad provocada por las vacunas les protege, entonces, ¿qué hay que temer? Y si no es así ¿de que sirve vacunar si no les protege? Además, es necesario tener en cuenta que
cuando unos padres optan por no vacunar, se han informado, no es una decisión a la ligera, y buscan la salud de sus hijos. Son responsables y al mismo tiempo conocen bien los efectos secundarios y adversos de las vacunas y eligen no correr riesgos en ese sentido.
Por tanto, es preciso que sean respetados en su derecho de elegir lo que ellos creen que es mejor para sus hijos.
Otro argumento popular es que los no vacunados se aprovechan de los que lo están, de que son insolidarios. Cuando se ha visto, como en el caso actual de la difteria, que
los vacunados se pueden convertir en portadores que ponen en riesgo a su entorno y a los no vacunados, y nunca al contrario,
como indica el Dr. Michel Georget, especialista con una visión crítica sobre las vacunaciones masivas.
La sociedad en su conjunto no puede caer en la trampa de buscar un chivo expiatorio para exorcizar nuestros miedos inconscientes a la enfermedad y al dolor. No podemos caer en el reduccionismo de pensar que la gente que no vacuna es irresponsable con sus hijos y no son solidarios con los hijos de los demás, y de que las vacunas es lo mejor. Recordemos lo que ocurrió con la preconizada gran pandemia mundial de la gripe A, que luego fue más leve que la gripe de cualquier año. Antes ocurrieron la gripe porcina, la gripe aviar y últimamente el ébola.
Posiblemente estas pandemias son desastrosas en los países hundidos en la pobreza y en la miseria, donde no hay alimentos, ni agua potable, ni canalización de residuos, pero no se extienden en los países más pudientes. Como no se extenderá tampoco la difteria.
Estas campañas, posiblemente orquestadas cada pocos años, “inoculan” el miedo y al que teme se le puede manejar mejor. El espíritu crítico de las personas es anestesiado por el pensamiento único y dirigido por el que tiene poder.
En estas campañas se hace creer falsamente que estar vacunado es estar protegido. Se condiciona a las personas para que acojan las vacunas como un acto de fe, sin plantearse ninguna postura mínimamente crítica, sin escuchar y ninguneando a las personas o familiares de afectados por un síndrome vacunal. Después de décadas de estudio del tema de las vacunas opinamos que
la mejor prevención de las enfermedades infantiles se encuentra en el apoyo de la lactancia materna, el favorecimiento de la baja maternal al menos durante el primer año del niño, una alimentación saludable y una educación para la salud desde la escuela donde el niño pueda aprender hábitos de vida saludables.
No somos “antivacunas”, trabajamos con otra forma de prevención, sin riesgo para la salud y por eso decimos, ¡Vacunas, no, gracias! La lactancia materna prolongada, uno o dos años, aporta anticuerpos y cariño al niño, y eso es la mejor prevención para la salud. Actualmente se considera y
se habla de Ciencias de la Salud, cuando en realidad en las facultades de Medicina y enfermería se estudia la enfermedad, cómo diagnosticarla y tratarla.
Es necesario y urgente el estudio de la salud y la aplicación de los factores de la salud para prevenirla o favorecerla cuando se ha perdido. Por todo ello es importante respetar el principio de precaución, ese aforismo médico que dice “primum non nocere” (antes de nada no hacer daño), ni física ni psicológica ni socialmente.
Con el tema de las vacunas
resurgen temores irracionales a los pequeños microorganismos y en cambio no a la forma de vida antinatural, a la alimentación contaminada y a la vida estresante e insolidaria en la que vivimos,
ocasionando reacciones viscerales, no científicamente comprobadas, a los que preferimos una “inmunidad natural” por una forma de vida saludable: alimentación, ejercicio, contacto con la naturaleza, expresión emocional,…etc.
Por ello
nos oponemos a las vacunaciones masivas ciegas, en las que se desconoce el estado inmunitario de los inocentes que sufren la inoculación y además se excluye un estudio de su estado de salud antes de vacunar o de la reactividad del organismo a los tóxicos de las vacunas.
En cualquier otro tratamiento se hace un estudio de la persona enferma, un diagnóstico y un posterior tratamiento. En las vacunas nada de este acto médico tiene lugar, “tratando” a personas sanas, que con cierta frecuencia enferman tras ser vacunadas.
Además
los numerosos accidentes por vacunas son minimizados u ocultados.
La enfermedad es la consecuencia del no seguimiento de las leyes naturales y las leyes de la vida, y no podemos prevenirla inoculando un virus muerto o atenuado, o las toxinas que producen dicha enfermedad (difteria).
No podemos evitar la enfermedad si no evitamos las causas que la producen y aplicamos los factores de salud que favorecen una vida saludable.
No nos dejemos llevar por una información parcial y tergiversada que confunde un acto de fé o creencia con un hecho científicamente demostrado.
La salud no depende de los medicamentos o las vacunas, la salud depende de la calidad de vida.
Las enfermedades infecciosas seguirán diezmando, como ocurrió en Europa durante los últimos siglos, a todos los países sin recursos del Mundo.
África no necesita vacunas, necesita recursos para salir de su pobreza, de la falta de alimentos, creando una red sanitaria de agua potable y recogida de aguas negras,
África no necesita guerras provocadas por poderes occidentales que les venden sus armas. Ante las voces que surgen imperativas o dictatoriales a favor de la obligatoriedad de las vacunas, que hacen un flaco favor a la ciencia ya que utilizan el mínimo resquicio para imponer sus ideas sin respetar las de otros que llevamos décadas estudiando este tema,
recomendamos la extensa literatura médico-científica que es crítica con las vacunas y la forma de vacunación.
Por otro lado pueden surgir las mismas preguntas, ¿por qué no se obliga a hacer deporte si se sabe que es bueno para la salud? O ¿por qué no obligan a comprarse un coche nuevo cada 3 años porque conducir un coche viejo pone en peligro la salud de otros conductores? O ¿por qué no prohibir las guerras?
Por último, en la Ley de Sanidad española, en el artículo10.9, establece de forma clara y contundente que toda persona tiene derecho a negarse a un tratamiento, excepto cuando tal negación pueda implicar un riesgo para la salud pública. La única cuestión difícil de resolver es cuándo se está ante una situación de riesgo para la salud pública. Cuando no hay riesgo a la salud pública es evidente que nadie puede ser obligado a recibir tratamiento médico.
Para terminar indicar que ahora mismo en el Estado Español para vacunar a alguien en contra de su voluntad es necesaria una orden judicial y probar de forma fehaciente que sin el tratamiento se pone en peligro inminente la vida del paciente.
LA DIFTERIA EN DATOS, UNA VISIÓN CRÍTICA
La difteria ha sido una enfermedad que ha afectado sobre todo a las capas más pobres de la sociedad, donde la alimentación era peor y la falta de higiene y cuidados de salud menor. Como dice el Dr. Juan Gervás, “la difteria arrasa entre los pobres”. Por tanto, ¿puede ser la bacteria de la difteria la única causa de la enfermedad?
Como dice el Dr. Pablo Saz, “la vacuna de la difteria ha sido una de las que más ha contribuido al mito de las vacuna-salvación y esto ha sucedido porque ha coincidido su introducción en el mercado con una disminución de los casos de difteria. Lo que nunca nos dirán es que esa disminución se ha dado por igual en los países vacunados y no vacunados. Y ha soportado posteriormente numerosas críticas a pesar de haberse dado casos de recrudecimiento de difteria en países vacunados”.
La disminución de la mortalidad por difteria en España fue alrededor del 99% entre 1901 y 1965, año en el que se empezó a vacunar masivamente con la vacuna de DPT, lo que vuelve a confirmar, como sucede con la mayoría de enfermedades infecto-contagiosas, que los cambios en la nutrición y en la higiene que se han ido produciendo en la sociedad han jugado un papel decisivo en la desaparición de esta enfermedad.
El Dr. Gerhard Buchwald, en su libro “Vacunación, el negocio con el miedo”, escribe que
“en Alemania en el siglo XIX la difteria era una enfermedad muy extendida con un índice de mortalidad muy elevado. En 1883, parece ser, que murieron 75.000 personas, la mayoría niños, de esta enfermedad. Antes de la Primera Guerra Mundial ocurrían por año 15.000 casos mortales. En tiempos de guerra las cifras de las enfermedades infecciosas aumentaron considerablemente. Al terminar la Primera Guerra comenzó un fuerte retroceso que se ralentizó a partir de 1920 hasta 1925. Aquí se introdujo la vacuna y la cifra de casos mortales aumentó. En 1945 se llegó a 250.000 casos por año, fue el punto máximo, al final de la guerra la curva descendió bruscamente, a pesar de que en el tiempo después de la guerra nadie o muy pocos se vacunaron”.
De nuevo se observa que
la ESCASEZ, el HAMBRE, y LOS AÑOS DE POBREZA y PRIVACIÓN son un campo de cultivo para cualquier enfermedad infecciosa.
Algo similar describe Michel Georget en Noruega, y Fernand Delarue en Francia. El declive de la difteria en Canadá, un país muy vacunado, no fue más rápido que el declive en Japón tras 1945, y Japón no vacunó de la difteria. Según Robert S. Mendelsohn en su libro How to raise a healthy Child… in Spite of your doctor:
“Durante un brote de difteria en Chicago, en 1969, la Junta Sanitaria de la ciudad informó que 4 de 16 afectados habían sido plenamente vacunados y que otras 5 más habían recibido una o más dosis de la vacuna. En otro brote en el cual murieron 3 personas, reveló que uno de los casos de muerte y 14 de 23 infectados habían sido plenamente vacunados. Episodios como estos echan abajo el argumento de que puede acreditarse a las vacunaciones la eliminación de la difteria o de cualquier otra enfermedad infantil antes común”.
El que fue Profesor de Patología Comparada en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia, Jules Tissot, escribe en su libro La catástrofe de las Vacunas Obligatorias:
“la vacuna antidiftérica con anatoxina se empezó a utilizar en 1923. En 1925 se declaró una epidemia en el ejercito del Rhin y se decidió vacunar a los soldados. El médico militar Zoeller realizó un primer control. Vacunó a 305 soldados con dos inyecciones con un intervalo de 3 semanas. Otros soldados no vacunados servían de control. Se declararon 11 casos de difteria entre los 305 vacunados durante las tres semanas que separaban las dos inyecciones. Hubo un solo caso entre los 700 soldados no vacunados…Se consideró que la difteria de los vacunados había surgido entre los hombres incompletamente inmunizados. Se consideró que esos hombres estaban recientemente vacunados y que debían ser registrados en el grupo de no vacunados… Esta trampa tuvo por consecuencia falsificar la experiencia de Zoeller cuyo resultado se interpretó de la siguiente manera: hay menos que un caso entre los vacunados contra 11 en los no vacunados. La vacuna podía ser comercializada”.
Y continúa diciendo que
“La difteria en los vacunados es siempre más grave y tiene una mortalidad de 2 a 4 veces más elevada que en los no vacunados”…”Además la inmunidad solo dura cinco años”.
Más adelante señala:
“Las vacunaciones antitifoidea, antivariólica (viruela), antidiftérica, no protegen de la enfermedad seis meses o un año después”.
Mientras en la mayoría de los países de Europa Occidental la enfermedad ha casi desaparecido, no ocurre lo mismo en los países de las antiguas Repúblicas Soviéticas. A pesar de 30 años de vacunación sistemática de la difteria en los bebés y de sus respectivas dosis recuerdo en la infancia se han declarado epidemias en la zona de Rusia y Ukrania. Las investigaciones realizadas en dichos países han determinado que en las epidemias han aparecido bacterias diftéricas que han mutado, capaces de secretar una mayor cantidad toxínica que el bacilo diftérico de la cepa Parke Williams 8, que sirve generalmente de base a la preparación de la vacuna diftérica.
La asociación Médica Británica prohibió (abril 1950) el uso de la vacuna antidiftérica a continuación de numerosos casos de polio constatados tras su empleo. Más de 80 niños, fueron afectados de parálisis infantil, según el Dr. John K. Martin de Londres, y manifestaron los primeros síntomas poco tiempo después de haber sido vacunados.
En 1979 el trabajo de Robert Hutcheson, director de epidemiología del ministerio de la salud pública de Tenessee,
asocia estadísticamente la vacuna DTP a las muertes súbitas de los bebés.
En junio de 1982 el trabajo del Dr. William Torch, de Nevada, establece la misma relación.
En definitiva, vista la rareza de la difteria, el tratamiento antibiótico efectivo disponible hoy en día, la cuestionable eficacia de la vacuna y el costo anual multimillonario de administrarla, y el siempre presente potencial de efectos peligrosos a largo plazo por esta o cualquier otra vacuna,
consideramos que la continuada vacunación masiva contra la difteria es indefendible.
AUTOR: Dr. Karmelo Bizkarra. FUENTE Y BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA: zuhaizpe.com