Rossend Doménech (1945, La Cellera de Ter, Girona). Gastrónomo, periodista y cultivador de tomates, vive desde hace años en Italia. En su libro El trauma de los langostinos tuertos (editorial Avant) denuncia la industria y la incultura alimentaria.
PREGUNTA. En su libro asegura que los médicos están observando que los cadáveres humanos ahora tardan mucho en descomponerse. ¿A qué se debe?
RESPUESTA. Es un fenómeno nuevo que me han comentado varios médicos y que aún están estudiando.
Están analizando cadáveres y lo que encuentran es que están llenos de antibióticos, de conservantes…
¿De dónde sale todo eso?
La conclusión es que todo eso viene de la cantidad de antibióticos y conservantes que ingerimos a través de los alimentos que comemos.
P. Muchos de los alimentos que comemos, ¿están envenenados?
R. Sí.
Creo que la mayoría de los alimentos que encontramos en las tiendas estándar -en los supermercados, hipermercados, grandes superficies…- están envenenados. Los envenenan para empezar en los campos, donde les ponen los fertilizantes, insecticidas, pesticidas, herbicidas y todo eso. Y siguen envenenándoles en los procesos industriales de tratamiento de los alimentos. Esos alimentos envenenados provocan una muerte lenta.
Además intuyo que existe una especie de circuito cerrado que va desde las semillas hasta las medicinas, fármacos para curar enfermedades que se han producido por vegetales tratados con todas esas porquerías. Si una alcachofa matara de golpe, se prohibiría y punto.
Pero los alimentos envenenados matan lentamente, y eso engorda a toda la industria farmacéutica, engorda los hospitales, encarece la sanidad pública.
Yo me pregunto: ¿por qué la gente no dedica más tiempo a buscar comida? «No tengo tiempo», suelen decir.
Si no tienes tiempo de buscar alimentos de calidad enfermarás.
P. De lo que sí que hay cifras y estadísticas es de que muchos de los cánceres que se registran son producto de una mala alimentación.
R. Todos los congresos oncológicos internacionales dan aproximadamente los mismos datos: el 20% de los cánceres son heredados, genéticos. Y del otro 80% la mitad -es decir, un 40%- depende de la contaminación y la otra mitad, otro 40%, de los alimentos.
El 40% de los cánceres está producido por las porquerías que hay en los alimentos que ingerimos.
P. Hay quien advierte de que muchos jóvenes actuales morirán a una edad más temprana que la de sus padres a causa de la mala alimentación…
R. Sí, lo he oído en varios congresos de médicos y nutricionistas.
Los chicos de 15, 20, 25 años, si no han tenido unos padres que les hayan enseñado alimentación, morirán más jóvenes que sus padres.
España e Italia son los dos grandes países de la dieta mediterránea, de la longevidad. Pero,
¿dónde están en esos dos países los que llegan a 110 años? En los pueblos. No están en el centro de Madrid o de Barcelona. Pero sus hijos y sobre todo sus nietos no han aprendido a comer, no tienen ninguna educación alimentaria.
La prueba es que Italia y España son los países con más obesos de Europa. Mientras suecos, noruegos y daneses han aprendido de lo que éramos nosotros antes y hoy no utilizan grasa de cerdo para cocinar sino aceite virgen extra, nosotros hemos hecho lo contrario. Aquí se venden pastas, sobre todo raviolis, con grasas hidrogenadas. Pero la incultura alimentaria es tal que la gente no sabe que eso es grasa animal.
P. Y, sin embargo, la televisión está desde hace años repleta de programas de cocina. Tengo entendido que usted aboga por que se prohíban dichos programas. ¿Por qué?
R. Porque hacen más mal que bien, porque no son educativos, no enseñan a comer sano.
Yo he visto algunos de esos programas y utilizan materias primas que no tienen ninguna calidad. Les interesa sólo la presentación, el aspecto de un plato. No les interesa la materia prima, no se plantean nunca su calidad. Nunca.
De hecho, en el mismo programa de cocina en Turquía, en España, en Francia se ven los mismos tomates, salidos todos de un laboratorio holandés y todos iguales.
P. Habla usted de incultura alimentaria. ¿Eso cómo se corrige?
R. Habría que enseñar cultura alimentaria en las escuelas, ya que las familias se han ido al traste.
Los padres trabajan, no tienen tiempo y, al no haber esa transmisión de la cultura alimentaria, los chicos comen como pueden, lo que encuentran.
P. ¿Por qué los alimentos no llevan etiquetas fáciles de entender?
R. Porque
si supiéramos lo que llevan muchos alimentos no los compraríamos y se hundiría el negocio.
El problema del etiquetaje de las materias primas y de los alimentos crea muchas guerras en Bruselas, porque eso depende de Bruselas. Por un lado están las grandes industrias productoras de alimentos y por el otro los consumidores. Y las grandes industrias pueden hacer un lobby mucho más fuerte que los consumidores.
Le pongo un ejemplo: una salsa de tomate hecha en China es suficiente que llegue a Madrid y una industria de Madrid le ponga la etiqueta para que ya pueda venderse como ‘Made in Spain’.
A veces esa salsa de tomate hecha en China llega en contenedores y aquí sólo se le añade agua y se envasa y en la etiqueta ya puede poner ‘Made in Spain’.
Es muy perverso y lo peor es que no se cuenta, no se explica. Los periodistas que están en Bruselas deberían de contar estas cosas.
P. Por no hablar de las patentes…
R. Esa es otra. Le pongo otro ejemplo: descubrieron un brócoli con una enorme cantidad de sulforafano, una sustancia 100% anticancerígena, que actúa casi como una medicina preventiva. Pues
una multinacional cogió ese brócoli, que creció en un lugar que por motivos geológicos es rico en sulforafano, estudió el mecanismo por el cual tenía más sulforafano, y mediante manipulación consiguió unos brócolis muy ricos en esa sustancia. Y patentó ese brócoli, como si fuera suyo.
Por supuesto que la multinacional ha hecho un trabajo de investigación, pero ¿cómo se puede patentar un brócoli? Un día, si por casualidad en un lugar perdido de los Alpes o de los Pirineos, crecen unos brócolis con mucho sulforafano, la multinacional denunciará al pobre agricultor diciendo que ha robado sus semillas y que la patente es suya. Estamos vendiendo la herencia que hemos recibido.
P. El auge de intolerancias alimentarias que estamos viendo, ¿puede estar relacionado con la mala calidad de los alimentos que comemos?
R. Está relacionado con las sustancias añadidas a los alimentos, sustancias que provocan alergias.
El pan bueno raramente, muy raramente, provoca alergia. Pero no se come pan sano. Hay dos multinacionales que pasean los panes preprocesados y congelados, los llevan al supermercado y allí los hornean. Eso no es pan.
No-es-pan. Es verdad que el pan bueno es más caro. Pero comer pan malo se paga de dos maneras: la primera es tienes que comer más pan del malo para saciarte. Y la segunda es que lo pagas después en salud: sufres reflujo estomacal, tienes no sé qué en el hígado…
P. España se ha convertido en el país con más cultivos ecológicos de Europa, ¿no?
R. España es efectivamente el primer productor de alimentos ecológicos de Europa. Pero hasta hace cinco años era el último consumidor de ecológico.
Todos los alimentos ecológicos se venden al extranjero. Ahora, de los 28 países de la UE, somos el octavo consumidor. Es decir: es el primer productor pero no el primer consumidor.
Almería está llena de invernaderos donde todo lo que se cultiva es ecológico, no híbrido, no estéril. Allí se cultivan lechugas como las que tenía mi abuelo, mi bisabuelo o mi tatarabuelo. Pero todas las frutas y verduras que se producen en Almería se venden a Alemania.
P. Pues yo creía que lo que salía de los invernaderos de Almería eran verduras industriales, idénticas las unas a las otras, casi artificiales, que crecían sin tierra…
R. Es verdad que crecen sin tierra, los pimientos crecen por ejemplo con las raíces hundidas en una especie de esponja de unos cinco centímetros hecha con un conglomerado de pelos de nueces de coco. Pero las verduras que se producen en Almería son sanas.
Las mismas multinacionales que nos envenenan la comida en Almería investigan procesos para hacer crecer vegetales completamente sanos.
Le pongo un ejemplo: igual que nosotros tenemos cada año la gripe, cada vegetal tiene una enfermedad típica. Si los pimientos de los invernaderos de Almería se enferman, los agricultores abren una bolsita y sueltan allí unas arañas que se comen los hongos y bacterias que atacan al pimiento. El problema es que luego quedan las arañas.
P. ¿Y eso cómo lo resuelven?
R. Abren otro sobre con capullos de mariposas que han sido manipuladas para comerse sólo esas arañas. Y como las plantas de pimientos de Almería no son híbridas, no son estériles, necesitan las abejas para que hagan la polinización, pero en los invernaderos no hay abejas. Pero han creado unas colmenas de diseño, del tamaño de una caja de zapatos. Los agricultores las abren, salen las abejas y polinizan. He visto todo eso con mis propios ojos.
P. ¿Y esos pimientos son sanos?
R. Sí, absolutamente sanos. Es alucinante, pero las mismas multinacionales que contaminan y enferman por otro lado se prestan a cultivar verduras de manera sana y no precisamente a pequeña escala, sino en superficies enormes. El único inconveniente que encuentro es que esos pimientos son todos idénticos, porque a través del gota a gota han recibido la misma cantidad de agua, de alimento, de vitaminas… Y eso va a en contra de la diversidad biológica. Uno va a ciertos pueblos de Navarra, de Sicilia y de Galicia y se encuentra unos pimientos increíblemente buenos. Son buenos porque han nacido en lugares distintos, han chupado de la Tierra cantidades distintas de lo que necesitan, mientras que en el invernadero todos los pimientos comen exactamente lo mismo en el desayuno, comida, merienda y cena.
Los pimientos de invernadero no sólo son todos idénticos sino que contribuyen a que desaparezca el pimiento de Navarra, el de Galicia y el de Sicilia, y contra eso hay que luchar.
P. Póngame un ejemplo que explique por qué es importante conservar la biodiversidad…
R. Un agrónomo de la FAO me contó que en Texas, donde hay enormes plantaciones de maíz, ese cereal contrajo una enfermedad y los centros de investigación del estado no conseguían descubrir qué enfermedad era. Enviaron muestras al gobierno federal, pero tampoco dieron con la enfermedad. Llevaron entonces las muestras a la FAO y allí vieron que en Níger o en Nigeria, no recuerdo bien, había un maíz que tenía los anticuerpos de esa enfermedad.
Si no hubiese existido aquel maíz de toda la vida en Níger o en Nigeria, Texas no habría podido curar la enfermedad de su maíz. Por eso es importante conservar la biodiversidad.
En Noruega han enterrado un banco de semillas de todo el mundo por si hay un cataclismo. Está muy bien, pero eso lo han hecho una docena de multimillonarios del mundo.
Tienen debajo del hielo polar ártico semillas de más o menos de todo lo que existe hoy en la Tierra. Pero eso no es de todos, es de esa docena de personas.
P. Su libro se titula «El trauma de los langostinos tuertos». ¿Qué trauma es ese?
R. Hace unos 15 años, a las pescaderías llegaron unos langostinos descongelados, pero la novedad es que habían sido pescados y congelados inmediatamente. Hasta ese momento lo que se hacía era pescar los langostinos, ponerlos en las cajas con ácido fénico, llevarlo a tierra y allí congelarlos, envasarlos… El ácido fénico se quedaba en las cabezas de los langostinos e impedía que éstas se pusieran negras. Cuando salieron esos langostinos que se congelaban nada más ser pescados me pareció que estaba muy bien, porque se evita el uso del ácido fénico. Durante unos meses incluso compré esos langostinos. Hasta que un día fui a Brasil y a Ecuador, de donde venían todos esos langostinos, a ver el proceso. Y descubrí que no son langostinos que están en el mar y los pescan, sino que los crían, están en una especie de viveros de medio metro de profundidad al lado del mar con agua salada.
Había kilómetros y kilómetros de viveros y claro, los dueños no podían arriesgarse a perder la cosecha. Así que lo que hacían era darles antibióticos a esos langostinos.
P. ¿Y ese es el trauma de los langostinos?
R. No. La cuestión es que se necesita una enorme cantidad de huevas para que esos gigantescos criaderos de langostinos funcionen a pleno rendimiento, y las pobres ‘langostinas’ no dan abasto. Pero a alguien que debía ser muy ingenioso y cruel se le ocurrió que si las ‘langostinas’ sufrían un trauma cuando eran jóvenes, les sucedería lo mismo que les ocurre a las personas: que madurarían antes. Un niño de cuatro años que ha vivido una guerra crece más rápido que uno que vive en el centro de Madrid, a una niña que la violan a los 6 años madura más rápidamente que quien no ha pasado por un trauma así de horrible.
Y el trauma que descubrieron para los langostinos hembras fue cortarles un ojo. Yo he visto las máquinas por donde pasan continuamente ‘langostinas’ y se les corta un ojo. Tras sufrir ese trauma las langostinas crecen rápidamente y ponen huevas antes.
P. Dice usted que las empresas de armas se han reconvertido en empresas de semillas…
R. Así es. Yo hace unos años me dediqué a hacer el árbol genealógico -digámoslo así- de las pocas multinacionales de semillas que hay en el mundo. Porque esa es otra: en los años 70, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), había 7.000 industrias de semillas en el mundo. De esas 7.000 ninguna abarcaba más del 1% del mercado internacional. Hoy hay sólo dos o tres -según cómo termine lo de la fusión entre Bayer y Monsanto- y abarcan el 75%. Remontándome a sus orígenes vi que muchas de esas empresas fabricaban armas. Hoy se necesitan menos fábricas de armas porque hay armas mucho más potentes.
Así que las empresas que antes fabricaban armas ahora fabrican el arma de todas las armas: los alimentos.
P. ¿El que sólo dos o tres multinacionales controlen el 75% del mercado de las semillas significa que se comen ellas todo el pastel?
R. El negocio no es la concentración.
El negocio es hibridar las semillas, esterilizarlas para que sean útiles sólo un año y todos los años tengas que comprar la bolsita de semillas.
Cuando todavía eran cinco o seis las multinacionales que había, incluso hubo una que elaboró unas semillas «killer», semillas asesinas, porque al final del ciclo natural de la planta la semilla se ‘suicidaba’. Las prohibieron, pero las multinacionales lo han resuelto de manera similar. Si el tomate ese híbrido que venden en la tienda de la esquina lo planto, al año siguiente nacerá, crecerá y dará frutos. Pero cada año los frutos serán más pequeños, más enclenques y más débiles hasta que, al cabo de tres o cuatro años, tendré que volver a comprar las semillas. Eso crea una dependencia y hace además que se pierda la biodiversidad.
España e Italia, en los cien años que van desde 1900 hasta el 2000, han perdido el 75% de su diversidad biológica. Y si se pierde una manzana, desaparece para siempre. No se volverá a tener.
AUTOR: Rossend Doménech (1945, La Cellera de Ter, Girona). Gastrónomo, periodista y cultivador de tomates. Autor de El trauma de los langostinos tuertos. ENTREVISTA: Irene Hdez. Velasco. 30 de noviembre de 2019. FUENTE: elmundo.es